Esos barcos españoles que, por allá en 1942, al mando del almirante Cristóbal Colón, zarparon desde el puerto de Palos de la Frontera, en Andalucía, rumbo al incógnito occidente, realizaron un viaje que iba a configurar la historia de numerosos pueblos y territorios. Porque a su vuelta, esos barcos llevaron a Europa, no solo a España, la noticia de que más allá de las columnas de Hércules no había un abismo habitado por monstruos mitológicos, sino un territorio rico en recursos, poblado e inmenso. Aún no lo sabían, pero era América. Los ojos y los oídos se abrieron en Europa: era la oportunidad del lucro, de la gloria, de la salvación, de la expansión. En cien años ya había colonias de blancos por toda la costa atlántica (desde Canadá hasta Argentina, a excepción de los territorios relativamente cercanos a las zonas polares) y por gran parte de la costa pacífica del continente: desde California hasta muy al sur de Santiago. También en vastísimas áreas del interior y en las montañas.
Los relatos que narran este proceso de descubrimiento, conquista y colonización de los diversos lugares de la topografía americana, nos cuentan cómo los blancos venidos de Europa, para lograr el control del territorio, se valieron mayormente de la fuerza para someter (o exterminar, según sea el caso de la nación colonizadora) a los antiguos habitantes. A los sobrevivientes se les impuso un lenguaje venido de allende el mar, se les inculcó un código religioso ajeno a sus culturas y se les insertó dentro de un sistema de servidumbre o de esclavitud. No mucho después de que se iniciara este proceso, los africanos sufrieron algo análogo, al ser raptados de la natal África y trasportados a América como mercancía destinada a la mano de obra necesaria para la explotación de las minas, la agricultura, el transporte y el servicio doméstico, principalmente. El hombre blanco que llegó a América daba por sentada su superioridad moral, intelectual y tecnológica y esta idea hizo que no vacilara en someter, al precio que fuese, a los pueblos que consideró inferiores, que llamó salvajes, bárbaros.
Descubrimiento, conquista y colonización de América significaron no sólo el enriquecimiento de Europa a costa de los recursos naturales y la mano de obra de amerindios y africanos, sino también el encuentro, dentro de un mismo ambiente geográfico, de tres grandes razas (cada una de las cuales, a su vez, poseía ya intrincadas ramificaciones ). Este encuentro no sólo se dio como una interacción social tejida en relación a factores económicos, sino que, sobre todo entre colonizadores españoles y portugueses, se presentó como una mezcla racial, un encuentro de genes, tradiciones y formas de comportamiento . Surgieron mestizos, mulatos, zambos, y todas sus posibles combinaciones, herederos de rasgos biológicos y culturales que los distinguían y los acreditaban como de esta o aquella raza, y que dentro del sistema que manejaba el poder en el territorio americano, por ese solo motivo, ya tenían unas posibilidades y unas restricciones a la hora de entrar en las dinámicas de la sociedad.
A pesar del constante incremento de la población de raza híbrida y las tensiones que esto fue generando con el tiempo, el sistema de castas se mantuvo incólume durante siglos. Las riquezas eran del blanco, la cultura, la educación, la ley y el poder de castigar, las verdades religiosas, todo era del blanco, del civilizador, y las otras castas estaban destinadas a la obediencia y a la explotación, a la discriminación. Pero la discriminación estaba tan generalizada que incluso los blancos nacidos en América eran discriminados por los aparatos que detentaban el poder desde Europa. Esto último, y una circunstancia histórica , permitieron el surgimiento de un fenómeno que, en un lapso de pocos años, se presentó a lo largo y ancho de gran parte del territorio americano: los procesos independentistas. Procesos que avivaron las esperanzas de los oprimidos de alcanzar la libertad y la igualdad para todos los hombres; libertad e igualdad que eran promulgadas por las más pías doctrinas del cristianismo y las más filantrópicas y liberales corrientes filosóficas, y que constituyen, aún hoy, un paradigma, una utopía de organización social.
En el caso de las colonias españolas en América, los criollos, (hijos de españoles nacidos en América) fueron quienes lideraron las campañas independentistas, ansiosos por deshacerse del yugo que les imponía la metrópolis al inhabilitarlos para ejercer los cargos más importantes dentro de los aparatos estatales y religiosos. Los procesos independentistas que le permitieron a los criollos ganar las batallas por asumir el control del territorio y crear estados naciones, estuvieron profundamente apoyados por fuerzas no blancas, compuestas de las diferentes castas relegadas, que fueron atraídas a participar a través de un discurso propagado por las élites criollas inspirado en la revolución francesa y en la declaración de los derechos del hombre; también en la independencia de los norteamericanos y en la democracia como modelo de funcionamiento estatal.
Pero una vez realizada la “independencia” de las colonias ibero-americanas, conseguida con la sangre de todas las razas, “dentro de las filas criollas, los liberales se enfrentaron con poderosas fuerzas conservadoras que, aunque estaban a favor de la independencia, se oponían a ciertos cambios como la implantación del libre comercio, la abolición de la esclavitud, la educación laica y hasta el régimen republicano” . Así mismo, tuvieron que enfrentar los reclamos de los pueblos sometidos que pedían se cumplieran las promesas por las que habían luchado en las batallas independentistas. Fue un momento histórico complejo, donde estuvieron enfrentados muchos intereses de muy diversa índole y donde los criollos, “líderes naturales” de la revolución y de la concepción de la nueva sociedad que se pretendía forjar, estaban en el centro del huracán. Herederos de la cultura europea, pero modelados por el territorio y la dinámica social americana, vieron la necesidad de diferenciarse, de dibujar su identidad, intentando construir un espíritu nacional que sirviera como base para la edificación de la sociedad del futuro. Muchos pusieron sus ojos en los Estados Unidos, nación pujante y de rápido desarrollo, muy celebrada desde el principio por su espíritu democrático.
En los escritos que sobre sus viajes a Estados Unidos realizaron algunos viajeros hispanoamericanos, se puede apreciar cómo en las estructuras ideológicas criollas se mantenía, a pesar de las buenas intenciones y las bellas palabras de algunos célebres próceres y pensadores, el germen del eurocentrismo, de la supremacía blanca, la presunción del derecho de los occidentales de someter a todas las otras razas para su propio beneficio, con la excusa de la civilización de los bárbaros, que en otros contextos se enunció como la salvación de los infieles.
Francisco de Miranda
Miranda se mueve en los Estados Unidos con una facilidad asombrosa. A donde llega despliega sus cartas de recomendación, cartas que le abren las puertas de los hogares de los hombres más influyentes de los poblados que visita: militares, políticos, religiosos, hombres de letras y de ciencia. Por supuesto, dada la configuración de las dinámicas sociales que operan en la naciente república en ese momento, todos esos hombres influyentes son blancos: descendientes de ingleses, holandeses, franceses, alemanes, entre otros. Miranda lleva a cabo numerosos viajes en los que tiene como objetivo explorar los emplazamientos militares que desempeñaron algún papel en la para entonces reciente guerra por la independencia y describir el estado general del territorio norteamericano, su distribución demográfica, sus avances en cuanto a la agricultura, su estructura político-social, su estado tecnológico en cuanto a la explotación de recursos, el transporte, el comercio, las costumbres religiosas de las diferentes sectas. Esto no le impide ser asiduo concurrente de veladas sociales y charlas de té, donde se codea con lo más granado de la sociedad estadounidense y a lo que debemos la constante aparición en su diario de largas listas de nombres (en ocasiones con breves descripciones de sus caracteres y cualidades o defectos sociales) tanto de hombres como de mujeres.
Miranda, al realizar estas descripciones del territorio ocupado por los estadounidenses, parece tener una mirada selectiva, o por lo menos, una pluma que selecciona qué es relevante y qué no lo es de aquello que ve. Y en definitiva, sus observaciones están bastante restringidas a lo que pertenece o es producto del hacer del blanco. Por ejemplo, Miranda describe las inmediaciones de Georgetown, en el estado de Carolina del Sur, así:
(…) me pasie por las plantaciones inmediatas, observando las plantaciones de arroz, y añil que hai por todos aquellos contornos. –Las tierras son mui buenas por todo el districto, y su agricultura mui adelantada y floreciente (…) Las casas de Campo que se ven por las inmediaciones son hermosas, conmodas, y expaciosas; denotando en ello la riqueza, sano gusto, y amor justo a la vida rural, de sus avitantes. El 28 lo empleé del mismo modo visitando los contornos del lugar, y algunas personas de forma de las poquísimas que avia en él(…)
Pero, ¿quién es la mano de obra encargada de la siembra y la recolección del arroz y el añil? Sabiendo que el estado de Carolina del Sur fue un estado esclavista, no es descabellado suponer que la mano de obra era precisamente aportada por los africanos o sus descendientes; pero Miranda ni siquiera los menciona, aunque se los puede suponer mayoría si se presta atención a la expresión “algunas personas de forma de las poquísimas que avia en él”. A todo lo largo de su diario, la gente de color prácticamente es invisibilizada, en una clara muestra de la estructura ideológica colonial criolla a la cual Miranda pertenece. Estructura ideológica siempre dispuesta a estigmatizar a los hombres de razas diferentes a la blanca, como puede apreciarse en el siguiente pasaje, también referido a Carolina de Sur:
(…) sobre la propia rivera izquierda de dho río-Cape-fear se halla la avitación y estado del general americano Howe, en la qual vive (…) su desgraciada familia, pues la muger está en tono de divorciada, y una preciosa hija suia de 18 años acaba de tener dos hijos con un negro esclavo suio… valgate Dios por naturaleza humana y leies injustas que la afligen!
La concepción de hijos mulatos constituye una injusticia de la vida a los ojos del blanco, una degradación en la escala de los valores de la sociedad criolla, profundamente asentada en jerarquizaciones de origen racial.
De todos los interlocutores que Miranda menciona en su diario, solo uno es negro: aquel que le cuenta, habiendo sido testigo del hecho, cuando el general inglés Prescot fue hecho prisionero por los americanos en una audaz y celebrada operación llevada a cabo en medio de la noche en el centro del campamento militar inglés . Sobre este hombre negro, Miranda no da ninguna descripción física, psicológica o comportamental, como es su costumbre cuando menciona a algún hombre blanco; esto nos refuerza en la creencia de que su pluma hace lo posible por invisibilizar los elementos étnicos no blancos que constituyen la sociedad estadounidense. También se puede afirmar que Miranda, cuando resulta inevitable la mención de dichos componentes no blancos de la sociedad, tiene la tendencia a desacreditarlos. Tal es el caso de la poetiza negra Phillis Weatley, de quien se expresa en los siguientes términos, que aunque resultan de difícil comprensión para el lector contemporáneo, contienen rasgos bastantes despectivos:
(…) negrita esclava venida de las costas de Guinea quando niña a esta ciudad: su amo le dio unos cortos principios de educación, y en poco tiempo(…) las composiciones de Phill: en Prosa y Poesía fueron a la prensa (…) aun las leyes mas crueles de la abstinencia al goce del mas sublime de los plaseres están preservadas en este negro-ente” .
Todas estas actitudes discriminativas en el discurso de Miranda conviven paradójicamente con la enunciación de un ideal liberal de democracia y de igualdad para el pueblo. Él se esfuerza en mostrar en su diario a los norteamericanos como pioneros en la construcción de una sociedad republicana con este tipo de valores, ignorando el hecho de que en los años de su viaje la esclavitud estaba en plena vigencia.
Domingo Faustino Sarmiento
Considerado por David Viñas como el primer escritor moderno de la Argentina , Sarmiento también fue uno de los viajeros hispanoamericanos que visitaron el territorio estadounidense. Su viaje fue más de 50 años después de el de Miranda y se nota en los escritos de Sarmiento una tendencia a mirar el modelo socio-político construido por los yanquis en el territorio norteamericano casi como una utopía hecha realidad: el avanzado desarrollo económico y tecnológico, la “igualdad” de todos lo hombres, el régimen democrático en su máxima expresión, en fin, el concepto de civilización encarnado en una cultura. Sin embargo, al igual que Miranda, el discurso Sarmentino, tanto en este texto como en otras obras, está plagado de elementos contradictorios tendientes a justificar la hegemonía blanca en el territorio americano: habla de igualdad para todos los hombres como un ideal al que deben aspirar las repúblicas recién construidas o en proceso de construcción. Pero cuando él habla de todos, en realidad habla de los blancos, descendientes de europeos. Es bien conocida su dicotomía civilización/barbarie, donde lo civilizado, dentro de los pueblos hispanoamericanos, va a estar conformado por los elementos culturales de etnia blanca , y la barbarie, por elementos indígenas, negros y cruces raciales . En su discurso, muchas veces Sarmiento parece justificar la matanza de indígenas (originales dueños de la tierra a la llegada de los europeos al territorio americano) por considerar estas etnias como factores retrógrados en la construcción y desarrollo de la sociedad que él, como típico criollo, se propone ayudar a forjar. Otras veces, simplemente pasa por alto su existencia, como cuando afirma de la nación yanqui: “(…) nación que nació ayer en suelo virjen i a quien los siglos pasados no le habían dejado en herencia sino bosques primitivos, ríos inesplorados, tierras incultas” .
En los escritos de Sarmiento se puede apreciar, además de una des-valoración de las etnias amerindias y africanas y sus descendientes y cruces, una idea negativa de la raza española, raza a la que atribuye la notable diferencia existente en la constitución de las naciones del sur, tan atrasadas, a su modo de ver, en relación a las de Norteamérica .
A los ojos de Sarmiento, todo este movimiento civilizador realizado con frenesí por los yanquis (movimiento que sin lugar a dudas va a ponerlos a la vanguardia de las naciones de todo el globo y a instituirlos como paradigma de desarrollo económico y político del mundo civilizado) está amenazado por la presencia de los negros; más aún, por la presencia de las ideas de emancipación que tan coherentes parecerían a la luz de las doctrinas liberales de igualdad y del cristianismo no politizado, piedras fundacionales de la ideología estadounidense y también, porqué no decirlo, bases de las luchas independentistas latinoamericanas:
“Acaso los yankees están amenazados de sucumbir bajo el peso de una elaboración interna tan amenazante como la de la plebe romana. Todos tiemblan hoy de que aquel coloso de una civilización tan completa i tan vasta no vaya a morir en las convulsiones que le prepara la emancipación de la raza negra; incidente de una magnitud amenazante, i sin embargo, tan estraño a la civilización norte-americana en su esencia (…)”
Hay sin lugar a dudas en Sarmiento una cosmovisión profundamente impregnada por el racismo, que por momentos deja entrever cierto horror ante el pensamiento de que la hegemonía del blanco en América, sea puesta en tela de juicio por agentes afro o amerindios que ineludiblemente darían al traste con los avances dados en lo que él gusta de llamar civilización .
Conclusión
En los escritos de Sarmiento y Miranda producto de sus viajes a los Estados Unidos, se evidencia cómo las élites criollas poseían una estructura ideológica que estuvo caracterizada por la creencia en la necesaria hegemonía del hombre blanco. La responsabilidad asumida por los criollos de reconstruir un orden social, supuestamente inspirado en ideales de igualdad, no hizo más que mantener las estructuras de poder vigentes durante la colonia, con algunas atenuaciones, donde el blanco, culto, rico, poderoso, oprime al indígena, al afro-descendiente y a las mezclas bastardas de todas las razas, sometiéndolas a discriminación, relegándolas a la pobreza y la explotación. No es de extrañar entonces que Latinoamérica tenga los niveles de subdesarrollo, ignorancia y pobreza que hoy presenta, cuando los líderes que comandaron la construcción de las diferentes naciones estaban apoyados tan fuertemente en estructuras discriminatorias, en gran parte basadas en pre-concepciones sobre las cualidades y defectos de los individuos según su pertenencia étnica.
Bibliografía
- Miranda, Francisco de. Diario de viajes y escritos políticos. Madrid, Editora Nacional, 1977, págs. 43-188.
- Sarmiento, Domingo Faustino. Viajes por Europa, África y América. 1845- 1847. Fondo de Cultura Económica. Págs. 290-428.
- Pratt, Mary Louise. Ojos imperiales. Buenos Aires. Universidad Nacional de Quilmes. Pág. 307.
- Viñas, David. Literatura argentina y realidad política. Volumen 1, Centro editor de América Latina, 1964, Pág. 38.
NOTA: Perdí las notas de pie de página porque el blog de notas no las reconoció al pasarlas desde Word