I
En los últimos años, presumiblemente a causa del acelerado fenómeno de la globalización, que hoy es materia de hondas preocupaciones académicas (y no sólo académicas), se ha revivido con especial fuerza el debate que se inició en el siglo XIX acerca de la “literatura mundial”: qué es y cómo debe estudiarse, sus relaciones con los estudios de literatura comparada y con los conceptos de lo universal y lo nacional. Han tenido una incuestionable resonancia los trabajos de Franco Moretti y de Pascale Casanova que, aunque difieren entre sí en algunas cuestiones de método y de concepción, se asemejan en otras. Por ejemplo, ambos trabajos coinciden en “la descripción de un mundo literario desigual, compuesto de centros y periferias y de un sistema también desigual de relaciones de legitimación y de configuración estética” . Las posturas de ambos estudiosos revelan un eurocentrismo profundamente arraigado que parece justificarse en la historia de la literatura moderna y en los modelos estéticos que han sido importados desde las áreas culturales del “centro” (Francia e Inglaterra, principalmente) por los literatos y artistas de las áreas de la semi-periferia y de la periferia. Este eurocentrismo es también sostenido por la importancia innegable de los mercados editoriales del “centro” y por los fenómenos de traducción, que a su modo de ver, constituyen una pieza clave en la legitimación de las creaciones de los literatos de las áreas no-centrales, quienes al ser traducidos al inglés o al francés, logran alcanzar visibilidad y prestigio, y por tanto, existencia. De lo que se infiere que para ellos, toda obra que no esté traducida al inglés o al francés, y que por este medio alcance a ser percibida por el mercado y la crítica europea, tiene muy pocas posibilidades de constituirse en una obra digna de ser estudiada por la crítica de la llamada “república mundial de las letras” o “sistema mundo literario” o “literatura mundial”.
Otro de los puntos que hermanan a Casanova y a Moretti, es el presupuesto de que el mundo es uno. Para tal aseveración se apoyan en la amplia difusión del modelo de producción capitalista y en el mercado literario transoceánico. Esta afirmación de que el mundo es uno, resulta incuestionable si se tiene una mirada astronómica; es decir, el planeta Tierra, el mundo, indudablemente, es uno; pero cuando ellos se refieren al mundo uno, como un todo unificado, globalizado, se están refiriendo al mundo humano, y evidentemente esto no es cierto. ¿Acaso puede medirse con la misma regla a los miles de millones de personas que pertenecen al mundo musulmán, regido por códigos de conducta, producción económica y cultural y concepción de la realidad completamente diferentes, en la mayoría de los casos, a los del mundo occidental? ¿O a los budistas? ¿Acaso pueden considerarse como inmersas en el modo de producción capitalista y como factores del mercado editorial transoceánico a las diferentes etnias indígenas aisladas, muchas veces cerradas, en algunos casos desconocidas, del corazón de África o de nuestra América? ¿Se justifica no tenerlas en cuenta sólo por el hecho de no seguir los modelos económicos europeos y sus formas de producción cultural? Si se pretende tener una visión universal, mundial, esta visión debe ser tan abarcante como para incluir a todas las culturas y tradiciones que existen en el globo terráqueo, de otro modo, este supuesto universalismo no constituye más que un etnocentrismo que reduce el mundo a lo conocido, a lo similar. Así, al afirmar que el mundo es uno, Europa restringe lo humano y lo cultural a lo que es similar a ella misma y cierra los ojos a lo diferente, sea porque lo considera subdesarrollado, equivocado o simplemente salvaje y carente de valor .
II
Estas ansias de la crítica literaria europea por establecer un corpus y un método para estudiar la “literatura mundial”, parecen obedecer a la necesidad de uniformizar lo heterogéneo, para poder abarcar en sus estudios un mundo inabarcable, instituir un régimen estético y de producción artística y cultural, y así mantener la hegemonía que ha acostumbrado a atribuirse. Aquí se abren campo otras cuestiones problemáticas: ¿qué es la literatura? Y, ¿qué se entiende por “literatura” cuando se plantean los estudios sobre “literatura mundial”? La segunda pregunta, a la luz de los planteamientos de Casanova y Moretti, parece más fácil de responder que la primera. Casanova, por ejemplo, dice que ese “mundo literario” (que es, en definitiva, lo que constituye el objeto de estudio) “apareció en Europa en el siglo XVI… se consolida, se unifica y se ensancha durante el siglo XVIII, pero sobre todo en el XIX, hacia Europa Central y Oriental bajo el impulso de la teoría nacional desarrollada por Herder, y continuó extendiéndose a lo largo de todo el siglo XX, particularmente a través del proceso de descolonización…” . Aunque Moretti en Dos textos en torno a la teoría del sistema mundo no da una definición o una delimitación de lo que considera el “sistema mundo literario”, parece estar de acuerdo con Casanova en entender la literatura como un fenómeno relativamente nuevo, ligado indisolublemente al concepto de nación, de la cual sería un reflejo resultante de sus características idiosincrásicas. También, ambos dejan ver un presupuesto: la literatura está compuesta por las obras de “los que escriben” y su aparición sólo es posible gracias a un proceso histórico que permite o determina cierta división del trabajo asociada a la modernidad. Es aquí donde parece interesante retomar la primera pregunta (¿qué es la literatura?) porque salta a la vista que muchas de las obras que consideramos como parte de la literatura no podrían entrar dentro de los límites de ese “mundo literario” que postula Casanova, y esas obras, indiscutiblemente, han tenido un papel importantísimo en el desarrollo de las literaturas posteriores; es decir, han entrado en el juego de las redes de relaciones que se tratan de pensar y establecer, al operar como influencias, y al constituirse en modelos y objetos de estudio y análisis de literatos y críticos a través de los siglos. Obras como las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides; las comedias de Aristófanes; La Ilíada, La Odisea, Las Mil y Una Noches, Calila y Dimna, La Divina Comedia, La Eneida y los poemas de Virgilio, El Cantar de los Nibelungos, los Haikús y Tankas de la poesía Zen, por mencionar algunas de las muchas que circulan en el entorno literario y algunas de las cuales datan de miles de años antes de la teoría nacional de Herder y de la división del trabajo impuesta por el capitalismo (y por el comunismo).
Para responder a la pregunta ¿qué es la literatura? vamos a recurrir a una fuente primaria: el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que la define así: “Arte que emplea como medio de expresión una lengua”; y da una segunda acepción complementaria: “Conjunto de las producciones literarias de una nación, de una época o de un género”. Es una definición muy básica, pero por eso mismo muy interesante, pues abre un panorama muy amplio. Por una parte, no restringe la literatura a una época y así los clásicos encuentran su justo y merecido lugar en ella; por otro lado, al enunciar que la lengua es el medio de expresión, no limita el elemento literario al libro, ni al escrito o al manuscrito, ni al mercado editorial. Tampoco establece que haya lenguas más literarias que otras, es decir, no discrimina. Parece una definición muy popular, vulgar, pues no tiene en cuenta el hecho de que la palabra literatura tiene su origen etimológico en el latín littera (letra) y le da una amplitud que muy pocos están dispuestos a reconocerle: la posibilidad de manifestarse a través de lo oral. Esto entra en consonancia con la definición que aparece en el Diccionario de Uso del Español, de María Moliner, donde se define como el “arte que emplea como medio de expresión la palabra hablada o escrita”.
Dice Saussure en su curso de lingüística general: “Lengua y escritura son dos sistemas de signos distintos; la única razón de ser del segundo es la de representar al primero” . Es decir, la escritura aparece como un complemento del habla, está subordinada a ella. Y esta afirmación también puede servir para hacer un cuestionamiento al “mundo literario” que intenta establecer Casanova, pues para pocos es desconocido el hecho de que obras como la Ilíada y la Odisea fueron inicialmente productos de la oralidad, transmitidas de generación en generación por los vates o poetas y que sólo mucho tiempo después se transformaron en textos escritos, probando así que el origen de la literatura es la oralidad; pero no una oralidad cualquiera, como cuando dos personas hablan sobre el clima o sobre asuntos cotidianos; es una oralidad que tiene intenciones y funciones muy particulares: Lúdicas (entretener al receptor), pedagógicas (hacer al receptor depositario de un saber, de una particular forma de entender y explicar el mundo) y estéticas (deslumbrar al receptor a través de la técnica y el manejo del lenguaje y producir en él la sensación de belleza). Funciones e intenciones que comparte con lo que entendemos, en una definición más moderna y restringida, por literatura. Estas funciones, evidentemente, pueden encontrarse en cualquier mito indígena. Para poner un solo ejemplo dentro de los miles que sería posible enunciar, baste nombrar el Popol Vuh o “libro de la comunidad”, de los Quiché de Guatemala, que aparece en 1701 escrito en lengua Quiché utilizando el alfabeto latino, pero que es una recopilación de las tradiciones orales asociadas a la propia cosmovisión e historia de esta comunidad indígena, descendiente de los para entonces extintos mayas.
Cabe anotar acá que esa discriminación de lo oral, esa “expulsión” de la literatura, no ha sido solamente realizada por los discursos de los críticos y estudiosos europeos. También es común encontrar en las diferentes naciones que componen lo que llamamos Latinoamérica, pensadores que consideran que aquellas manifestaciones artísticas que solo cuentan como mecanismo de propagación la oralidad deben ser relegadas, por ser manifestaciones bárbaras, salvajes, poco inteligentes y casi nunca bellas. Baste recordar aquí las palabras de Sarmiento, en Facundo, cuando se refiere al arquetipo del cantor: “El cantor está haciendo, candorosamente, el mismo trabajo de crónica, costumbres, historia, biografía, que el bardo de la Edad Media, y sus versos serían recogidos más tarde como los documentos y datos en que habría de apoyarse el historiador futuro, si a su lado no estuviese otra sociedad culta, con superior inteligencia de los acontecimientos, que la que el infeliz despliega en sus rapsodias ingenuas.” Y más adelante dirá: “la poesía original del cantor es pesada, monótona, irregular… ”. Cuando Sarmiento habla de esa otra sociedad culta, resulta evidente que se refiere a la sociedad de la cuál él se considera parte, una sociedad hecha a la imagen y semejanza de la europea, una sociedad “civilizada”, con una profunda relación con la escritura y el libro.
III
Hasta aquí se ha querido mostrar cómo en los intentos por constituir un método y un corpus para estudiar lo que se ha dado en llamar “literatura mundial”, o “sistema mundo literario” o “república universal de las letras”, han dejado de lado un material literario de incalculable valor por considerarse que no es literatura. Dentro de ese material relegado se encuentran, desde clásicos de la literatura que han permanecido vigentes en diferentes espacios culturales durante, en ocasiones, miles de años, hasta mitos, leyendas y cuentos indígenas, de baja difusión y de oscura historia y procedencia. Pero ahora queremos explorar una relación bastante interesante que se ha establecido entre la oralidad y los textos escritos: cómo el discurso oral, que se considera mutable, caprichoso, sometido a las influencias climáticas y dialectales, se va insertando, va permeando el lenguaje escrito, tradicionalmente concebido como un lenguaje estable, reglamentado, destinado a pervivir en el tiempo; y esta influencia de la oralidad sobre la escritura es reflejada en las obras literarias de diferentes lenguas. Este fenómeno se ha visto con particular fortaleza y constancia en las llamadas literaturas latinoamericanas, donde las variaciones de la lengua española, a causa de influencias diversas , han provocado una diversificación lingüística que hace que en toda la América hispanoparlante se hablen diferentes dialectos y que estos dialectos se dejen ver a través de los textos literarios, revelando una riqueza idiomática que da unas posibilidades muy amplias para hacer literatura.
La inserción de elementos orales dentro del campo de lo literario (escrito) se ha dado en diferentes momentos de la historia, con intensidades variables según las propias intenciones de los escritores que las han utilizado como factor estético y literario. Para ilustrar el fenómeno, vamos a concentrar nuestro análisis en la literatura producida en la Argentina dentro del movimiento denominado romanticismo, pues el fenómeno se presenta en todas las literaturas de las naciones hispanoparlantes de Latinoamérica, e incluso en obras escritas en inglés y en portugués y si quisiéramos abarcarlas todas tendríamos como resultado un corpus demasiado grande y los ejemplos serían tan numerosos que se requeriría de un número mucho mayor de páginas y lecturas. La elección del romanticismo como centro de nuestro corpus está en parte motivada por la afirmación de Madame de Staël al inicio del capítulo de la poesía clásica y de la poesía romántica, donde dice: “El vocablo romántico ha sido introducido nuevamente en Alemania, para designar la poesía cuyo origen se remonta a los cantos de los trovadores” y más adelante, en este mismo capítulo, dirá que es la poesía que “hunde sus raíces en nuestro propio suelo”. Se muestra entonces lo romántico como una corriente donde los elementos locales provenientes de la oralidad tienen un particular interés. A pesar de poderse mirar el romanticismo argentino como una forma de los artistas locales equipararse a las teorías estéticas europeas, su desarrollo fomenta la diferenciación socio cultural, la creación de identidad nacional; es decir, es imitación, pero también es creación, y esto es lo que los europeos, pendientes de ver en qué son imitados, no están habituados a ver.
En un primer momento del romanticismo argentino, estas marcas de la oralidad dentro del texto literario escrito son muy escasas. Para ilustrar esta situación, vamos a valernos primero del cuento “El Matadero”, del argentino Esteban Echevarría. En este relato, la mayoría de las voces coloquiales que aparecen están puestas en las bocas de la chusma federal asociada al matadero: algunas locuciones como “Che” , “ño” , o “es un cajetilla” , sirven como ejemplo de esto. Además, el narrador recurre también a las palabras propias de la región, sin equivalentes en el castellano de España, para nombrar cosas innombrables de otra manera: “Chiripá” y “ñandubay” .
Echevarría también escribió La Cautiva, un poema narrativo ambientado en la pampa y que tiene como contexto temático la guerra por el territorio entre los indios y las tropas del ejército argentino. En este poema, escrito con un lenguaje rimbombante, muy respetuoso del castellano castizo, Echeverría no puede evitar introducir palabras provenientes de la oralidad. Un caso muy interesante es “Chajá”, nombre de un ave zancuda originaria del lugar donde se desarrolla el poema; y este nombre plantea una relación bastante intrincada con la oralidad: además de no provenir del castellano, es una palabra de origen onomatopéyico, que trata de reproducir, dentro del lenguaje de los humanos, el grito característico de esta ave. También el “ombú” aparece en La Cautiva, entre otras palabras de origen nativo. Pero ni los personajes indígenas, ni los cristianos, muestran una oralidad convincente, pues utilizan un lenguaje acomodado a la métrica del poema, a su sonoridad y a las “formas correctas” del castellano.
Un caso más o menos parecido al de La Cautiva se encuentra en la obra de Domingo F. Sarmiento. En una polémica aparecida en el diario chileno Mercurio, en 1842 , Sarmiento se muestra como partidario de la evolución del castellano provocada por la aparición de formas de dicción de origen dialectal. En la polémica, Sarmiento se enfrenta a un interlocutor anónimo que se autodenomina Un Quidam, y a quien se le atribuye la identidad de Andrés Bello. Dice Sarmiento en esta polémica, hablando de los gramáticos: “son como el sena¬do conservador, creado para resistir a los embates populares, para conservar la rutina i las tradiciones. Son a nuestro juicio, si nos perdonan la mala palabra, el partido retrógrado, esta¬cionario, de la sociedad habladora”, y más adelante añade: “La gramática no se ha hecho para el pueblo; los preceptos del maestro entran por un oído del niño i salen por otro, se le enseñará a conocer cómo se dice, pero ya se guardará mui bien de decir como le enseñan; el hábito i el ejemplo dominante podrán siempre más. Mejor es, pues, no andarse con reglas ni con autores”. Pese a esta postura radical, que parece sostener un evolucionismo lingüístico muy acorde con lo que décadas después platearía Saussure respecto a la evolución de la lengua, en la obra de Sarmiento son muy poco frecuentes las expresiones provenientes de la oralidad; o por lo menos, hasta a los más burdos e incultos personajes que se pueden encontrar en Facundo, en sus locuciones se les atribuye (por medio de la ortografía), una dicción ortodoxa. Pocos son los ejemplos que no se ajustan a esto. Por ejemplo, en el capítulo II, donde se describe el arquetipo del rastreador, se pone en boca de Calíbar las siguientes palabras “¡Dónde te mi as dir!” . Luego Calíbar se va a expresar como cualquier persona culta, apegada a las formas tradicionales del castellano (por lo menos en la ortografía que utiliza Sarmiento para sus palabras). Pero al igual que Echevarría en La Cautiva, Sarmiento no puede situarse al margen de la oralidad, y ante la necesidad de llamar a las cosas por el nombre que le dan sus coterráneos, tiene que recurrir a palabras como “malón” , “chiripá”, “chasque” , “gauchear”, entre otras.
En obras posteriores pertenecientes a la corriente de la literatura gauchesca, (aunque no solamente dentro de esta corriente) este vínculo de la literatura con la oralidad se hace mucho más patente. Los hombres de letras, intentando copiar la forma de hablar de los gauchos y campesinos incurren en las más diversas alteraciones ortográficas y léxicas, pretendiendo dar más verosimilitud a los personajes a través de la imitación de la dicción. Los ejemplos son numerosos: Por un lado está la obra de José Hernández, el célebre Martín Fierro y la Vuelta de Martín Fierro, donde el vínculo con la oralidad es tan fuerte que incluso se asume el metro y el esquema poético de los cantos de los payadores, aquellos trovadores errantes a los que aludía Sarmiento en la cita más arriba utilizada. En el tercer canto de Martín Fierro se encuentra la siguiente estrofa, en la cuál se hacen evidentes la heterodoxia ortográfica y lexical en aras de la imitación de la dicción gaucha por medio del alfabeto:
Recién entonces salía
la orden de hacer la riunión
y cáibamos al cantón
en pelos y hasta enancaos
sin armas y cuatro pelaos
que íbamos a hacer jabón.
Pero José Hernández no es el único. Podemos, para señalar algunos, nombrar a Florencio Sánchez, con obras de teatro como la gringa y m´hijo el dotor; a Estanislao del Campo, con Fausto; a Eduardo Gutiérrez, con Juan Moreira y a Ricardo Güiraldes con Don segundo sombra. Todas estas obras comparten con la obra de José Hernández la imitación, a través de la ortografía, de la dicción del hombre de la pampa, el gaucho. Todas estas obras, se alimentan de la oralidad y la convierten en un factor estético.
IV
Todos los autores anteriormente citados, con especial énfasis en los pertenecientes a la literatura gauchesca, al insertar las marcas típicas de la oralidad en sus obras, hacen que esta oralidad se convierta en un elemento estético y cultural irremplazable. Además, se refuerza el carácter nacional de su literatura al mostrar un prototipo idiosincrásico, único, de la cultura de la Argentina a través de su particular manera de hablar. Aquí entran en consonancia con la teoría nacional de Herder y con el romanticismo de Madame de Staël, al desarrollar como temática lo particular de la cultura y por tanto, de la nación Argentina, y en este sentido, entran también en consonancia con el “mundo literario” que postula Casanova, del cuál se supondría que harían parte. Pero estas marcas de la oralidad traen consigo un problema prácticamente insoluble, un problema que está íntimamente ligado con la forma en que las otras naciones reciben o no, comprenden o no, valoran o no, la literatura argentina (y como este fenómeno se presenta en toda Latinoamérica, se hace extensivo a toda esta); ese problema está asociado con la traducción, o más precisamente, con la intraducibilidad de muchas o la mayoría de las marcas que deja la oralidad en los textos, con la falta de equivalentes semánticos exactos entre dos lenguas, con la traición al sentido original de la obra o a la total significación que ella contiene, porque cuando se trata de traducirla a otra lengua, mucho del contenido que encuentra un lector local, se pierde en el limbo; contenido que tiene que ver con los referentes del léxico, con las marcas de clases de los personajes, con la historia y la política interna y externa de la nación, con las migraciones y fenómenos de sincretismos culturales que en ella se han dado.
Si bien es cierto que la literatura latinoamericana (entendiéndola como literatura escrita, surgida paralelamente a las naciones, y manifestada a través de las lenguas heredadas de los europeos) sobre todo en sus inicios, tiene una profunda deuda con la literatura europea, también es cierto que los europeos no han querido ver lo que de particular y valiosa puede hallarse en ella y han centrado sus análisis en ver cómo los modelos y teorías estéticas que ellos “inventaron” han sido importadas por las “periferias”. Y en ello han sustentado su hegemonía, su condición central en el universo-mundo-literario. Pero como dice Hugo Achugar: “El problema… está en desde dónde y desde quién se establece la valoración o la universalidad de un texto o de una obra artística” . Ya Moretti había advertido que las grandes revoluciones en la forma dentro de la literatura se estaban presentando en las partes más dinámicas de lo que él considera son “las semi-periferias” y en “los sectores centrales no hegemónicos”. Esto nos puede llevar a pensar en América Latina como un posible nuevo centro de intercambio artístico y literario trans-oceánico (no el único), desde el cuál se están produciendo modelos y obras que están trascendiendo fronteras, muchas veces rescatando tradiciones autóctonas de las regiones en las que son producidas y patrimonios culturales menospreciados, inyectándole diversidad a los paradigmas literarios, en un movimiento contrario al que los europeos parecen querer ver, pues ellos, al intentar mirar y valorar todo bajo la óptica de la globalización, de la uniformidad, de los modelos capitalistas de producción económica, cultural y artística, parecen querer arrasar la diversidad de un mundo heterogéneo, con la característica voracidad del hombre occidental que no tiene problema en tumbar la selva para sembrar pasto y alimentar vacas.
Bibliografía
- Achugar, Hugo. Apuntes sobre la “literatura mundial”, o acerca de la imposible universalidad de la “literatura universal”.
- Casanova, Pascale. La literatura como mundo. New Left Review 31, 2005 .
- Echeverría, Esteban. La cautiva, El matadero. Centro editor de cultura, 2007.
- Gramuglio, Maria Teresa.
• El cosmopolitismo de las literaturas periféricas. III Congreso internacional CELEHIS de literatura, Mar del Plata, 2008.
• Literatura argentina y literaturas europeas. Aproximaciones a una relación problemática. En CEHELIS Revista del centro de letras hispanoamericanas, Mar del Plata, año 13, Nº16, 2004.
- Herder, J.G. Filosofía de la historia para la educación de la humanidad. Ed. Nova, Buenos Aires, Traducción de Elsa Tabernig.
- Hernández, José. Martín Fierro. Ed. Losada, Buenos Aires, decimosexta edición, 1975.
- Madame de Staël. De la poesía clásica y de la poesía romántica.
- Moretti, Franco. Dos textos en torno a la teoría del sistema-mundo. New Left Review XXVII, 3 2005.
- Ong, Walter. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. Fondo de cultura económica, Buenos Aires, 2006
- Payró, Roberto. Pago Chico y nuevos cuentos de Pago Chico. Ed. Losada 1939. Decimotercera edición (1971).
- Sánchez Prado, Ignacio M. América Latina en la literatura mundial. El capítulo “Hijos de Metapa”: un recorrido conceptual de la literatura mundial (a manera de introducción).
- Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo. Ed. Puerto de Palos, Buenos Aires, 2006
- Saussure, Ferdinand. Curso de lingüística general. Ed. Losada, Buenos Aires, 1945.
- Sheridan, Guillermo. México en 1932: la polémica nacionalista. México, Fondo de Cultura Económica, 1999.
Las fuentes de los contenidos tomados de internet son:
http://www.rae.es/rae.html (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española) http://www.webislam.com/?idt=692 (Junta Islámica)
http://www.parquesnacionales.gov.co/PNN/portel/libreria/php/decide.php?patron=01.1705 (parques nacionales naturales de Colombia)
http://sociologiadelaculturaunlp.blogspot.com/2008/05/primera-polmica-literaria-i-ejercicios.html (la polémica Sarmiento-Bello aparecida en el diario chileno Mercurio).
NOTA: Las citas del texto no fueron leídas por el blog de notas y no sé cómo insertarlas. Se perdieron algunas referencias directas de textos y algunas observaciones complementarias.
Este debate de hoy acerca de la “literatura mundial” es producto (…) del momento histórico que vive la clase media académica en partes de Occidente y algunas de sus periferias. No es un debate “universal”…
Hugo Achugar
Hugo Achugar
En los últimos años, presumiblemente a causa del acelerado fenómeno de la globalización, que hoy es materia de hondas preocupaciones académicas (y no sólo académicas), se ha revivido con especial fuerza el debate que se inició en el siglo XIX acerca de la “literatura mundial”: qué es y cómo debe estudiarse, sus relaciones con los estudios de literatura comparada y con los conceptos de lo universal y lo nacional. Han tenido una incuestionable resonancia los trabajos de Franco Moretti y de Pascale Casanova que, aunque difieren entre sí en algunas cuestiones de método y de concepción, se asemejan en otras. Por ejemplo, ambos trabajos coinciden en “la descripción de un mundo literario desigual, compuesto de centros y periferias y de un sistema también desigual de relaciones de legitimación y de configuración estética” . Las posturas de ambos estudiosos revelan un eurocentrismo profundamente arraigado que parece justificarse en la historia de la literatura moderna y en los modelos estéticos que han sido importados desde las áreas culturales del “centro” (Francia e Inglaterra, principalmente) por los literatos y artistas de las áreas de la semi-periferia y de la periferia. Este eurocentrismo es también sostenido por la importancia innegable de los mercados editoriales del “centro” y por los fenómenos de traducción, que a su modo de ver, constituyen una pieza clave en la legitimación de las creaciones de los literatos de las áreas no-centrales, quienes al ser traducidos al inglés o al francés, logran alcanzar visibilidad y prestigio, y por tanto, existencia. De lo que se infiere que para ellos, toda obra que no esté traducida al inglés o al francés, y que por este medio alcance a ser percibida por el mercado y la crítica europea, tiene muy pocas posibilidades de constituirse en una obra digna de ser estudiada por la crítica de la llamada “república mundial de las letras” o “sistema mundo literario” o “literatura mundial”.
Otro de los puntos que hermanan a Casanova y a Moretti, es el presupuesto de que el mundo es uno. Para tal aseveración se apoyan en la amplia difusión del modelo de producción capitalista y en el mercado literario transoceánico. Esta afirmación de que el mundo es uno, resulta incuestionable si se tiene una mirada astronómica; es decir, el planeta Tierra, el mundo, indudablemente, es uno; pero cuando ellos se refieren al mundo uno, como un todo unificado, globalizado, se están refiriendo al mundo humano, y evidentemente esto no es cierto. ¿Acaso puede medirse con la misma regla a los miles de millones de personas que pertenecen al mundo musulmán, regido por códigos de conducta, producción económica y cultural y concepción de la realidad completamente diferentes, en la mayoría de los casos, a los del mundo occidental? ¿O a los budistas? ¿Acaso pueden considerarse como inmersas en el modo de producción capitalista y como factores del mercado editorial transoceánico a las diferentes etnias indígenas aisladas, muchas veces cerradas, en algunos casos desconocidas, del corazón de África o de nuestra América? ¿Se justifica no tenerlas en cuenta sólo por el hecho de no seguir los modelos económicos europeos y sus formas de producción cultural? Si se pretende tener una visión universal, mundial, esta visión debe ser tan abarcante como para incluir a todas las culturas y tradiciones que existen en el globo terráqueo, de otro modo, este supuesto universalismo no constituye más que un etnocentrismo que reduce el mundo a lo conocido, a lo similar. Así, al afirmar que el mundo es uno, Europa restringe lo humano y lo cultural a lo que es similar a ella misma y cierra los ojos a lo diferente, sea porque lo considera subdesarrollado, equivocado o simplemente salvaje y carente de valor .
II
… lo que me parece claro es que eso que se llama “literatura” es un objeto marcado históricamente con mutaciones varias a lo largo de los siglos.
Hugo Achugar
Hugo Achugar
Estas ansias de la crítica literaria europea por establecer un corpus y un método para estudiar la “literatura mundial”, parecen obedecer a la necesidad de uniformizar lo heterogéneo, para poder abarcar en sus estudios un mundo inabarcable, instituir un régimen estético y de producción artística y cultural, y así mantener la hegemonía que ha acostumbrado a atribuirse. Aquí se abren campo otras cuestiones problemáticas: ¿qué es la literatura? Y, ¿qué se entiende por “literatura” cuando se plantean los estudios sobre “literatura mundial”? La segunda pregunta, a la luz de los planteamientos de Casanova y Moretti, parece más fácil de responder que la primera. Casanova, por ejemplo, dice que ese “mundo literario” (que es, en definitiva, lo que constituye el objeto de estudio) “apareció en Europa en el siglo XVI… se consolida, se unifica y se ensancha durante el siglo XVIII, pero sobre todo en el XIX, hacia Europa Central y Oriental bajo el impulso de la teoría nacional desarrollada por Herder, y continuó extendiéndose a lo largo de todo el siglo XX, particularmente a través del proceso de descolonización…” . Aunque Moretti en Dos textos en torno a la teoría del sistema mundo no da una definición o una delimitación de lo que considera el “sistema mundo literario”, parece estar de acuerdo con Casanova en entender la literatura como un fenómeno relativamente nuevo, ligado indisolublemente al concepto de nación, de la cual sería un reflejo resultante de sus características idiosincrásicas. También, ambos dejan ver un presupuesto: la literatura está compuesta por las obras de “los que escriben” y su aparición sólo es posible gracias a un proceso histórico que permite o determina cierta división del trabajo asociada a la modernidad. Es aquí donde parece interesante retomar la primera pregunta (¿qué es la literatura?) porque salta a la vista que muchas de las obras que consideramos como parte de la literatura no podrían entrar dentro de los límites de ese “mundo literario” que postula Casanova, y esas obras, indiscutiblemente, han tenido un papel importantísimo en el desarrollo de las literaturas posteriores; es decir, han entrado en el juego de las redes de relaciones que se tratan de pensar y establecer, al operar como influencias, y al constituirse en modelos y objetos de estudio y análisis de literatos y críticos a través de los siglos. Obras como las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides; las comedias de Aristófanes; La Ilíada, La Odisea, Las Mil y Una Noches, Calila y Dimna, La Divina Comedia, La Eneida y los poemas de Virgilio, El Cantar de los Nibelungos, los Haikús y Tankas de la poesía Zen, por mencionar algunas de las muchas que circulan en el entorno literario y algunas de las cuales datan de miles de años antes de la teoría nacional de Herder y de la división del trabajo impuesta por el capitalismo (y por el comunismo).
Para responder a la pregunta ¿qué es la literatura? vamos a recurrir a una fuente primaria: el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que la define así: “Arte que emplea como medio de expresión una lengua”; y da una segunda acepción complementaria: “Conjunto de las producciones literarias de una nación, de una época o de un género”. Es una definición muy básica, pero por eso mismo muy interesante, pues abre un panorama muy amplio. Por una parte, no restringe la literatura a una época y así los clásicos encuentran su justo y merecido lugar en ella; por otro lado, al enunciar que la lengua es el medio de expresión, no limita el elemento literario al libro, ni al escrito o al manuscrito, ni al mercado editorial. Tampoco establece que haya lenguas más literarias que otras, es decir, no discrimina. Parece una definición muy popular, vulgar, pues no tiene en cuenta el hecho de que la palabra literatura tiene su origen etimológico en el latín littera (letra) y le da una amplitud que muy pocos están dispuestos a reconocerle: la posibilidad de manifestarse a través de lo oral. Esto entra en consonancia con la definición que aparece en el Diccionario de Uso del Español, de María Moliner, donde se define como el “arte que emplea como medio de expresión la palabra hablada o escrita”.
Dice Saussure en su curso de lingüística general: “Lengua y escritura son dos sistemas de signos distintos; la única razón de ser del segundo es la de representar al primero” . Es decir, la escritura aparece como un complemento del habla, está subordinada a ella. Y esta afirmación también puede servir para hacer un cuestionamiento al “mundo literario” que intenta establecer Casanova, pues para pocos es desconocido el hecho de que obras como la Ilíada y la Odisea fueron inicialmente productos de la oralidad, transmitidas de generación en generación por los vates o poetas y que sólo mucho tiempo después se transformaron en textos escritos, probando así que el origen de la literatura es la oralidad; pero no una oralidad cualquiera, como cuando dos personas hablan sobre el clima o sobre asuntos cotidianos; es una oralidad que tiene intenciones y funciones muy particulares: Lúdicas (entretener al receptor), pedagógicas (hacer al receptor depositario de un saber, de una particular forma de entender y explicar el mundo) y estéticas (deslumbrar al receptor a través de la técnica y el manejo del lenguaje y producir en él la sensación de belleza). Funciones e intenciones que comparte con lo que entendemos, en una definición más moderna y restringida, por literatura. Estas funciones, evidentemente, pueden encontrarse en cualquier mito indígena. Para poner un solo ejemplo dentro de los miles que sería posible enunciar, baste nombrar el Popol Vuh o “libro de la comunidad”, de los Quiché de Guatemala, que aparece en 1701 escrito en lengua Quiché utilizando el alfabeto latino, pero que es una recopilación de las tradiciones orales asociadas a la propia cosmovisión e historia de esta comunidad indígena, descendiente de los para entonces extintos mayas.
Cabe anotar acá que esa discriminación de lo oral, esa “expulsión” de la literatura, no ha sido solamente realizada por los discursos de los críticos y estudiosos europeos. También es común encontrar en las diferentes naciones que componen lo que llamamos Latinoamérica, pensadores que consideran que aquellas manifestaciones artísticas que solo cuentan como mecanismo de propagación la oralidad deben ser relegadas, por ser manifestaciones bárbaras, salvajes, poco inteligentes y casi nunca bellas. Baste recordar aquí las palabras de Sarmiento, en Facundo, cuando se refiere al arquetipo del cantor: “El cantor está haciendo, candorosamente, el mismo trabajo de crónica, costumbres, historia, biografía, que el bardo de la Edad Media, y sus versos serían recogidos más tarde como los documentos y datos en que habría de apoyarse el historiador futuro, si a su lado no estuviese otra sociedad culta, con superior inteligencia de los acontecimientos, que la que el infeliz despliega en sus rapsodias ingenuas.” Y más adelante dirá: “la poesía original del cantor es pesada, monótona, irregular… ”. Cuando Sarmiento habla de esa otra sociedad culta, resulta evidente que se refiere a la sociedad de la cuál él se considera parte, una sociedad hecha a la imagen y semejanza de la europea, una sociedad “civilizada”, con una profunda relación con la escritura y el libro.
III
…a todos los maravillosos mundos que descubre la escritura, todavía les es inherente y en ellos vive la palabra hablada. Todos los textos escritos tienen que estar relacionados de alguna manera, directa o indirectamente, con el mundo del sonido…
Walter Ong
Walter Ong
Hasta aquí se ha querido mostrar cómo en los intentos por constituir un método y un corpus para estudiar lo que se ha dado en llamar “literatura mundial”, o “sistema mundo literario” o “república universal de las letras”, han dejado de lado un material literario de incalculable valor por considerarse que no es literatura. Dentro de ese material relegado se encuentran, desde clásicos de la literatura que han permanecido vigentes en diferentes espacios culturales durante, en ocasiones, miles de años, hasta mitos, leyendas y cuentos indígenas, de baja difusión y de oscura historia y procedencia. Pero ahora queremos explorar una relación bastante interesante que se ha establecido entre la oralidad y los textos escritos: cómo el discurso oral, que se considera mutable, caprichoso, sometido a las influencias climáticas y dialectales, se va insertando, va permeando el lenguaje escrito, tradicionalmente concebido como un lenguaje estable, reglamentado, destinado a pervivir en el tiempo; y esta influencia de la oralidad sobre la escritura es reflejada en las obras literarias de diferentes lenguas. Este fenómeno se ha visto con particular fortaleza y constancia en las llamadas literaturas latinoamericanas, donde las variaciones de la lengua española, a causa de influencias diversas , han provocado una diversificación lingüística que hace que en toda la América hispanoparlante se hablen diferentes dialectos y que estos dialectos se dejen ver a través de los textos literarios, revelando una riqueza idiomática que da unas posibilidades muy amplias para hacer literatura.
La inserción de elementos orales dentro del campo de lo literario (escrito) se ha dado en diferentes momentos de la historia, con intensidades variables según las propias intenciones de los escritores que las han utilizado como factor estético y literario. Para ilustrar el fenómeno, vamos a concentrar nuestro análisis en la literatura producida en la Argentina dentro del movimiento denominado romanticismo, pues el fenómeno se presenta en todas las literaturas de las naciones hispanoparlantes de Latinoamérica, e incluso en obras escritas en inglés y en portugués y si quisiéramos abarcarlas todas tendríamos como resultado un corpus demasiado grande y los ejemplos serían tan numerosos que se requeriría de un número mucho mayor de páginas y lecturas. La elección del romanticismo como centro de nuestro corpus está en parte motivada por la afirmación de Madame de Staël al inicio del capítulo de la poesía clásica y de la poesía romántica, donde dice: “El vocablo romántico ha sido introducido nuevamente en Alemania, para designar la poesía cuyo origen se remonta a los cantos de los trovadores” y más adelante, en este mismo capítulo, dirá que es la poesía que “hunde sus raíces en nuestro propio suelo”. Se muestra entonces lo romántico como una corriente donde los elementos locales provenientes de la oralidad tienen un particular interés. A pesar de poderse mirar el romanticismo argentino como una forma de los artistas locales equipararse a las teorías estéticas europeas, su desarrollo fomenta la diferenciación socio cultural, la creación de identidad nacional; es decir, es imitación, pero también es creación, y esto es lo que los europeos, pendientes de ver en qué son imitados, no están habituados a ver.
En un primer momento del romanticismo argentino, estas marcas de la oralidad dentro del texto literario escrito son muy escasas. Para ilustrar esta situación, vamos a valernos primero del cuento “El Matadero”, del argentino Esteban Echevarría. En este relato, la mayoría de las voces coloquiales que aparecen están puestas en las bocas de la chusma federal asociada al matadero: algunas locuciones como “Che” , “ño” , o “es un cajetilla” , sirven como ejemplo de esto. Además, el narrador recurre también a las palabras propias de la región, sin equivalentes en el castellano de España, para nombrar cosas innombrables de otra manera: “Chiripá” y “ñandubay” .
Echevarría también escribió La Cautiva, un poema narrativo ambientado en la pampa y que tiene como contexto temático la guerra por el territorio entre los indios y las tropas del ejército argentino. En este poema, escrito con un lenguaje rimbombante, muy respetuoso del castellano castizo, Echeverría no puede evitar introducir palabras provenientes de la oralidad. Un caso muy interesante es “Chajá”, nombre de un ave zancuda originaria del lugar donde se desarrolla el poema; y este nombre plantea una relación bastante intrincada con la oralidad: además de no provenir del castellano, es una palabra de origen onomatopéyico, que trata de reproducir, dentro del lenguaje de los humanos, el grito característico de esta ave. También el “ombú” aparece en La Cautiva, entre otras palabras de origen nativo. Pero ni los personajes indígenas, ni los cristianos, muestran una oralidad convincente, pues utilizan un lenguaje acomodado a la métrica del poema, a su sonoridad y a las “formas correctas” del castellano.
Un caso más o menos parecido al de La Cautiva se encuentra en la obra de Domingo F. Sarmiento. En una polémica aparecida en el diario chileno Mercurio, en 1842 , Sarmiento se muestra como partidario de la evolución del castellano provocada por la aparición de formas de dicción de origen dialectal. En la polémica, Sarmiento se enfrenta a un interlocutor anónimo que se autodenomina Un Quidam, y a quien se le atribuye la identidad de Andrés Bello. Dice Sarmiento en esta polémica, hablando de los gramáticos: “son como el sena¬do conservador, creado para resistir a los embates populares, para conservar la rutina i las tradiciones. Son a nuestro juicio, si nos perdonan la mala palabra, el partido retrógrado, esta¬cionario, de la sociedad habladora”, y más adelante añade: “La gramática no se ha hecho para el pueblo; los preceptos del maestro entran por un oído del niño i salen por otro, se le enseñará a conocer cómo se dice, pero ya se guardará mui bien de decir como le enseñan; el hábito i el ejemplo dominante podrán siempre más. Mejor es, pues, no andarse con reglas ni con autores”. Pese a esta postura radical, que parece sostener un evolucionismo lingüístico muy acorde con lo que décadas después platearía Saussure respecto a la evolución de la lengua, en la obra de Sarmiento son muy poco frecuentes las expresiones provenientes de la oralidad; o por lo menos, hasta a los más burdos e incultos personajes que se pueden encontrar en Facundo, en sus locuciones se les atribuye (por medio de la ortografía), una dicción ortodoxa. Pocos son los ejemplos que no se ajustan a esto. Por ejemplo, en el capítulo II, donde se describe el arquetipo del rastreador, se pone en boca de Calíbar las siguientes palabras “¡Dónde te mi as dir!” . Luego Calíbar se va a expresar como cualquier persona culta, apegada a las formas tradicionales del castellano (por lo menos en la ortografía que utiliza Sarmiento para sus palabras). Pero al igual que Echevarría en La Cautiva, Sarmiento no puede situarse al margen de la oralidad, y ante la necesidad de llamar a las cosas por el nombre que le dan sus coterráneos, tiene que recurrir a palabras como “malón” , “chiripá”, “chasque” , “gauchear”, entre otras.
En obras posteriores pertenecientes a la corriente de la literatura gauchesca, (aunque no solamente dentro de esta corriente) este vínculo de la literatura con la oralidad se hace mucho más patente. Los hombres de letras, intentando copiar la forma de hablar de los gauchos y campesinos incurren en las más diversas alteraciones ortográficas y léxicas, pretendiendo dar más verosimilitud a los personajes a través de la imitación de la dicción. Los ejemplos son numerosos: Por un lado está la obra de José Hernández, el célebre Martín Fierro y la Vuelta de Martín Fierro, donde el vínculo con la oralidad es tan fuerte que incluso se asume el metro y el esquema poético de los cantos de los payadores, aquellos trovadores errantes a los que aludía Sarmiento en la cita más arriba utilizada. En el tercer canto de Martín Fierro se encuentra la siguiente estrofa, en la cuál se hacen evidentes la heterodoxia ortográfica y lexical en aras de la imitación de la dicción gaucha por medio del alfabeto:
Recién entonces salía
la orden de hacer la riunión
y cáibamos al cantón
en pelos y hasta enancaos
sin armas y cuatro pelaos
que íbamos a hacer jabón.
Pero José Hernández no es el único. Podemos, para señalar algunos, nombrar a Florencio Sánchez, con obras de teatro como la gringa y m´hijo el dotor; a Estanislao del Campo, con Fausto; a Eduardo Gutiérrez, con Juan Moreira y a Ricardo Güiraldes con Don segundo sombra. Todas estas obras comparten con la obra de José Hernández la imitación, a través de la ortografía, de la dicción del hombre de la pampa, el gaucho. Todas estas obras, se alimentan de la oralidad y la convierten en un factor estético.
IV
Actualmente lo “local” es lo “universal”
Salvador Novo
Salvador Novo
Todos los autores anteriormente citados, con especial énfasis en los pertenecientes a la literatura gauchesca, al insertar las marcas típicas de la oralidad en sus obras, hacen que esta oralidad se convierta en un elemento estético y cultural irremplazable. Además, se refuerza el carácter nacional de su literatura al mostrar un prototipo idiosincrásico, único, de la cultura de la Argentina a través de su particular manera de hablar. Aquí entran en consonancia con la teoría nacional de Herder y con el romanticismo de Madame de Staël, al desarrollar como temática lo particular de la cultura y por tanto, de la nación Argentina, y en este sentido, entran también en consonancia con el “mundo literario” que postula Casanova, del cuál se supondría que harían parte. Pero estas marcas de la oralidad traen consigo un problema prácticamente insoluble, un problema que está íntimamente ligado con la forma en que las otras naciones reciben o no, comprenden o no, valoran o no, la literatura argentina (y como este fenómeno se presenta en toda Latinoamérica, se hace extensivo a toda esta); ese problema está asociado con la traducción, o más precisamente, con la intraducibilidad de muchas o la mayoría de las marcas que deja la oralidad en los textos, con la falta de equivalentes semánticos exactos entre dos lenguas, con la traición al sentido original de la obra o a la total significación que ella contiene, porque cuando se trata de traducirla a otra lengua, mucho del contenido que encuentra un lector local, se pierde en el limbo; contenido que tiene que ver con los referentes del léxico, con las marcas de clases de los personajes, con la historia y la política interna y externa de la nación, con las migraciones y fenómenos de sincretismos culturales que en ella se han dado.
Si bien es cierto que la literatura latinoamericana (entendiéndola como literatura escrita, surgida paralelamente a las naciones, y manifestada a través de las lenguas heredadas de los europeos) sobre todo en sus inicios, tiene una profunda deuda con la literatura europea, también es cierto que los europeos no han querido ver lo que de particular y valiosa puede hallarse en ella y han centrado sus análisis en ver cómo los modelos y teorías estéticas que ellos “inventaron” han sido importadas por las “periferias”. Y en ello han sustentado su hegemonía, su condición central en el universo-mundo-literario. Pero como dice Hugo Achugar: “El problema… está en desde dónde y desde quién se establece la valoración o la universalidad de un texto o de una obra artística” . Ya Moretti había advertido que las grandes revoluciones en la forma dentro de la literatura se estaban presentando en las partes más dinámicas de lo que él considera son “las semi-periferias” y en “los sectores centrales no hegemónicos”. Esto nos puede llevar a pensar en América Latina como un posible nuevo centro de intercambio artístico y literario trans-oceánico (no el único), desde el cuál se están produciendo modelos y obras que están trascendiendo fronteras, muchas veces rescatando tradiciones autóctonas de las regiones en las que son producidas y patrimonios culturales menospreciados, inyectándole diversidad a los paradigmas literarios, en un movimiento contrario al que los europeos parecen querer ver, pues ellos, al intentar mirar y valorar todo bajo la óptica de la globalización, de la uniformidad, de los modelos capitalistas de producción económica, cultural y artística, parecen querer arrasar la diversidad de un mundo heterogéneo, con la característica voracidad del hombre occidental que no tiene problema en tumbar la selva para sembrar pasto y alimentar vacas.
Bibliografía
- Achugar, Hugo. Apuntes sobre la “literatura mundial”, o acerca de la imposible universalidad de la “literatura universal”.
- Casanova, Pascale. La literatura como mundo. New Left Review 31, 2005 .
- Echeverría, Esteban. La cautiva, El matadero. Centro editor de cultura, 2007.
- Gramuglio, Maria Teresa.
• El cosmopolitismo de las literaturas periféricas. III Congreso internacional CELEHIS de literatura, Mar del Plata, 2008.
• Literatura argentina y literaturas europeas. Aproximaciones a una relación problemática. En CEHELIS Revista del centro de letras hispanoamericanas, Mar del Plata, año 13, Nº16, 2004.
- Herder, J.G. Filosofía de la historia para la educación de la humanidad. Ed. Nova, Buenos Aires, Traducción de Elsa Tabernig.
- Hernández, José. Martín Fierro. Ed. Losada, Buenos Aires, decimosexta edición, 1975.
- Madame de Staël. De la poesía clásica y de la poesía romántica.
- Moretti, Franco. Dos textos en torno a la teoría del sistema-mundo. New Left Review XXVII, 3 2005.
- Ong, Walter. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. Fondo de cultura económica, Buenos Aires, 2006
- Payró, Roberto. Pago Chico y nuevos cuentos de Pago Chico. Ed. Losada 1939. Decimotercera edición (1971).
- Sánchez Prado, Ignacio M. América Latina en la literatura mundial. El capítulo “Hijos de Metapa”: un recorrido conceptual de la literatura mundial (a manera de introducción).
- Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo. Ed. Puerto de Palos, Buenos Aires, 2006
- Saussure, Ferdinand. Curso de lingüística general. Ed. Losada, Buenos Aires, 1945.
- Sheridan, Guillermo. México en 1932: la polémica nacionalista. México, Fondo de Cultura Económica, 1999.
Las fuentes de los contenidos tomados de internet son:
http://www.rae.es/rae.html (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española) http://www.webislam.com/?idt=692 (Junta Islámica)
http://www.parquesnacionales.gov.co/PNN/portel/libreria/php/decide.php?patron=01.1705 (parques nacionales naturales de Colombia)
http://sociologiadelaculturaunlp.blogspot.com/2008/05/primera-polmica-literaria-i-ejercicios.html (la polémica Sarmiento-Bello aparecida en el diario chileno Mercurio).
NOTA: Las citas del texto no fueron leídas por el blog de notas y no sé cómo insertarlas. Se perdieron algunas referencias directas de textos y algunas observaciones complementarias.

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